Cuarta parte: Lugar de fantasmas




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El último capítulo de Call Me by Your Name no es más que la prueba irrefutable de que el amor, por más sincero y apasionado que sea, no siempre es suficiente cuando una de las partes carece de valentía. Oliver tuvo una salida, tuvo una opción, y aún así la dejó escapar, dejando tras de sí el corazón de un pobre niño destrozado, reducido a cenizas por la cobardía de un hombre que no fue capaz de sostener su amor ante el mundo. No hay un final feliz, ni siquiera una despedida justa, solo un eco de lo que pudo haber sido y que nunca será.

Cuando Elio y Oliver se reencuentran después de varios años, el tiempo ha seguido su curso, implacable y cruel. Oliver ha seguido con su vida como si aquel verano en Italia hubiera sido solo un paréntesis, una anécdota que recordar con nostalgia, mientras que para Elio ese amor quedó tatuado en su piel, en su memoria y en su alma, imposible de arrancar. Y ahí, en la distancia que los separa, en la frialdad con la que Oliver menciona su matrimonio y su vida en Estados Unidos, se esconde la verdad más dolorosa: nunca tuvo el coraje de elegirlo. Nunca se atrevió a desafiar al mundo por él.

"Tenía que ser así. No podía ser de otra forma", dice Oliver con una resignación casi ofensiva, como si el destino hubiera escrito la historia por él y le hubiera arrebatado cualquier poder de decisión. Pero Elio sabe que no es cierto. Sabe que Oliver pudo haber luchado por ellos, pudo haber tomado su mano y enfrentado todo lo que viniera con tal de no perderse, pero en lugar de eso, eligió lo seguro, lo esperado, lo correcto a los ojos de los demás. Y así, con una facilidad que debería ser imposible para alguien que alguna vez dijo amar, Oliver se marchó y dejó a Elio en las ruinas de un amor que solo uno de los dos estaba dispuesto a sostener.

Los años pasan, pero el dolor no se disipa. Elio sigue atrapado en el recuerdo, condenado a revivirlo en cada mirada, en cada pensamiento, en cada instante de soledad. Oliver, por su parte, llama de vez en cuando, dejando migajas de lo que alguna vez compartieron. “Llámame por tu nombre”, le dice en una de esas conversaciones tardías, pero ya no es lo mismo. Ahora esas palabras suenan vacías, como un eco de un amor que alguna vez fue intenso y ardiente, pero que terminó reducido a cenizas por el miedo y la conformidad.

Lo más cruel de todo es que Elio nunca dejó de esperarlo. En el fondo de su corazón, quizás guardaba la esperanza de que un día Oliver regresara y le dijera que todo había sido un error, que siempre lo había amado, que esta vez sí lo elegiría. Pero ese día nunca llegó. Oliver tuvo su oportunidad, tuvo el amor de Elio en sus manos, y lo dejó caer. No porque no lo quisiera, sino porque nunca fue lo suficientemente valiente para sostenerlo.

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