Segunda parte: El muro de Monet


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 En el segundo capítulo de Call Me By Your Name, la vida de Elio comienza a teñirse de matices que nunca antes había experimentado, aunque el mundo exterior siga pareciendo el mismo: las campanas de la iglesia que resuenan en la distancia, el calor del verano que adormece la villa y las notas de su piano que flotan en el aire. Pero desde la llegada de Oliver, algo en su interior comienza a agitarse. Es una inquietud constante, una mezcla de fascinación y exasperación, que Elio no logra comprender del todo.

Oliver parece caminar por el mundo con una confianza inquebrantable, algo que para Elio es tan desconcertante como atractivo. 

"Lo odiaba por la misma razón por la que creía que debía admirarlo," 

piensa, luchando con la contradicción de sus sentimientos. Cada gesto de Oliver, cada palabra dicha con su indiferente “later”, parece diseñado para desarmarlo. Y aunque Elio quisiera mantenerse al margen, no puede evitar buscarlo en todas partes, como si su mera presencia fuera un imán imposible de resistir.

Hay algo en los pequeños momentos que comparten que lo deja a la deriva. Como aquella tarde en el estudio de su padre, donde el silencio entre ellos se volvía más pesado con cada segundo. Elio, incapaz de sostenerlo, intentó hablar, pero las palabras le salieron torpes y vacilantes, como si su propio cuerpo conspira contra él. "¿Qué estás escribiendo?" pregunta, esforzándose por sonar casual, mientras Oliver, sin apenas levantar la vista, responde con una tranquilidad que solo aumenta su frustración. En esos momentos, Elio siente que Oliver está a un mundo de distancia, y al mismo tiempo, peligrosamente cerca.

Sus noches se llenan de recuerdos de esos pequeños intercambios. En la cama, mientras el resto de la casa duerme, se encuentra repasando cada detalle: "¿Acaso lo miró diferente? ¿Ese roce de su mano fue accidental?" Su mente se convierte en un remolino de dudas e ilusiones. "Me conocía mejor de lo que yo creía conocerme," reflexiona, como si Oliver tuviera la capacidad de ver más allá de lo que Elio es capaz de mostrar.

El verano, que siempre había sido para él una estación de calma, ahora se siente como un campo de batalla interno. 

"Mi corazón era un revoltijo de confusión, admiración, deseo y repulsión hacia mí mismo." 

No comprende del todo lo que le sucede, pero no puede negar que algo ha cambiado en él. Cada día, Oliver lo atrae más hacia ese territorio desconocido, uno que lo asusta y lo seduce en igual medida.

Elio comienza a sospechar que esta conexión, por más inexplicable que sea, podría significar algo más grande. Pero junto a esa chispa de reconocimiento, crece también el miedo: el miedo a exponerse, a no ser correspondido, a descubrir algo de sí mismo que preferiría no saber. 

"Todo en él me perturbaba. Todo en él me hacía querer más."

Este capítulo no solo captura la esencia del verano en la Riviera italiana, sino también el inicio del viaje emocional de Elio. Es un retrato íntimo de la confusión y la vulnerabilidad de alguien que comienza a descubrir el poder del deseo, el peso de los silencios compartidos, y la posibilidad, aterradora y exquisita, de que este verano cambie su vida para siempre.

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